A propósito de elecciones, las técnicas electorales no provienen de los griegos (que normalmente recurrían al sorteo), sino de las órdenes religiosas, de los monjes atrincherados en sus conventos-fortaleza, que en la alta Edad Media se veían obligados a elegir a sus superiores. No pudiendo recurrir al principio hereditario ni al de la fuerza, no les quedaba otra salida que elegir votando. Pero los monjes elegían a un jefe absoluto. Se trataba de una elección muy seria para ellos. De modo que el voto secreto y la elaboración de las reglas de voto mayoritarias se los debemos al denuedo de los monjes.
La democracia electoral no decide las cuestiones, sino que decide quién decidirá las cuestiones. La patata caliente pasa así del electorado a los electores, del demos a sus representantes.
Joseph Schumpeter dice que “el método democrático es ese expediente institucional para llegar a decisiones políticas en virtud del cual algunas personas adquieren el poder de decidir mediante una lucha competitiva por el voto popular”. Giovanni Sartori dice que “Las organizaciones están en competencia entre sí, y la competencia política, como todas las competencias, se dirige a un consumidor, que es el elector, prometiéndole ventajas y beneficios. Ese mecanismo activa el poder del pueblo y también la recompensa al pueblo. Aunque los partidos políticos prometan demasiado, en cualquier caso, siempre le llega algo al pueblo”.
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