Para Einstein, la hipótesis de que en la naturaleza se diera el principio del azar no encajaba en su idea de una “armonía de la regularidad natural en la que se manifiesta una razón superior”, y, sobre todo, los procesos determinados por el azar no eran compatibles con la idea de Spinoza de la predecibilidad de todos los sucesos naturales, idea compartida por Einstein. En esta cosmovisión, Dios no es un jugador de azar y, por tanto, tampoco existe el azar; lo que llamamos azar no es sino la falta de conocimiento sobre las causas. El rechazo de Einstein de la equiparación de Dios con un jugador de azar culminó en la célebre la frase “Gott würfelt nicht”, (Dios no juega a los dados).
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