Parece como si Europa, a diferencia de otras civilizaciones, hubiera intuido que un día se hundiría bajo el paradójico peso de sus conquistas y de la riqueza y complejidad sin parangón de su historia. Dos guerras mundiales, que fueron en realidad guerras civiles europeas, llevaron este
presentimiento al paroxismo, dice George Steiner. De ahí el moderno apocalipsis de los Últimos días de la humanidad de Karl Kraus. Entre agosto de 1914 y mayo de 1945, desde Madrid hasta el Volga, desde el Ártico hasta Sicilia, se calcula que un centenar de millones de hombres, mujeres y niños perecieron a causa de la guerra, la hambruna, la deportación, la limpieza étnica. Europa Occidental y el occidente de Rusia se convirtieron en la casa de la muerte, en el escenario de una brutalidad sin precedentes, ya sea la de Auschwitz, ya la del Gulag. Más recientemente, dice Steiner, el genocidio y la tortura han vuelto a los Balcanes. A la luz, ¿no deberíamos decir “a la oscuridad”?, de estos hechos, la creencia en el final de la idea europea y sus moradas es casi una obligación moral. ¿Con qué derecho habríamos de sobrevivir a nuestra inhumanidad suicida?“El rapto de Europa”, Tiziano |
La barbarie una vez más anegó Europa, como ha seguido ocurriendo desde Sarajevo hasta Sarajevo. Incluso citar las orgullosas esperanzas de Weber y Husserl supone una invitación a la ironía. ¿Significa esto que la idea de Europa ya ha recorrido su trayectoria, que no tiene ningún futuro sustantivo? Ésta es, qué duda cabe, una clara posibilidad. Se corresponde con esa lógica de la mortalidad de las civilizaciones y de las ideologías, añade Steiner. O ¿hay caminos de esperanza que todavía merece la pena recorrer?
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