Un niño que no se sienta querido sufrirá dificultades emocionales a lo largo de toda su vida. En sus años maduros mostrará dificultades en su personalidad. De alguna forma, tratará de defenderse contra profundos sentimientos de rechazo e inseguridad, demasiado dolorosos de admitir conscientemente. La falta de cariño no es la única causa por la que un niño puede sentirse inseguro. El mismo resultado, si bien de forma menos perniciosa, producirá la continua discordia en el hogar, los gritos y enfados de los padres que discuten dejarán su huella en el cerebro y en todo el sistema nervioso, y en la personalidad misma del niño. Los dos que se enfrentan son aquellos de los que el niño debe depender si quiere vivir. Sus discusiones le inspiran el temor de que su hogar se destruya; temor que, además, puede llevarle a tener que escoger entre las dos personas que más quiere. Un niño, en estas circunstancias, vive sometido a una continua tensión.
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