Después de la Segunda Guerra Mundial, los rusos, que habían rechazado el capital estadounidense, saquearon la producción de Alemania del Este en beneficio propio. Destriparon las fábricas para llevarse maquinaria y equipamiento que luego mandaron a la URSS. Fueran cuales fuesen las historias personales de los alemanes y sus filiaciones individuales, las gentes que vivían en la zona rusa tuvieron que pasar de ser nazis un día, a comunistas y hermanos del antiguo enemigo al día siguiente. Y casi de la noche a la mañana los alemanes de los estados orientales se declararon, o fueron declarados, inocentes del nazismo. Parecía como si ahora creyesen que los nazis habían venido y habían vuelto de las regiones occidentales de Alemania, que eran gente ajena a ellos, lo que no era cierto. Se rehizo la historia con tanta rapidez, y con tal éxito que los alemanes orientales no se sentían como los alemanes responsables del régimen de Hitler. Este truco de magia histórica debería figurar entre las maniobras más extraordinarias de inocencia del siglo pasado. En Dresde, en un puente azul sobre el río Elba, había una placa que conmemoraba la liberación de los alemanes orientales de los opresores nazis por parte de sus hermanos rusos.
Junge Pioniere. 1972 |
A finales de 1946, los comunistas fundaron los Junge Pioniere, una asociación juvenil pensada para inculcar a los jóvenes el amor por Marx y por su patria. Para los mayores se crearon las Juventudes Libres Alemanas. El esquema era idéntico al de los Pimpfe nazis para los niños pequeños y al de las Juventudes Hitlerianas para los adolescentes. La gente bromeaba con el hecho de que las Juventudes Libres y las Juventudes Hitlerianas eran tan parecidas que solo se las distinguía por el color de las pañoletas del cuello. En ambas había reuniones, linternas, juramentos de lealtad y una ceremonia de confirmación a los trece años, entre velas y consignas que parecían oraciones. Se instaba a todos los niños a unirse a los Pioniere.
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