Sin el bautismo se nos privaría, al final de la vida, de la “visión intuitiva” de Dios a la que estábamos invitados. Pero no apaga en el hombre común todo sentimiento bueno, todo conocimiento de Dios, todo uso correcto del libre albedrío, dice el profesor Jean Delumeau. El pecado original no borrado por la regeneración bautismal no merece una condenación eterna. Es en nosotros la menor de las faltas. De esta forma, los niños fallecidos sin bautismo, ciertamente privados de la presencia de Dios, pero ignorándolo, no acusan una carencia que, ante nuestros ojos solamente, constituye un grave perjuicio. “Ellos poseen, sin dolor, los bienes naturales”. Una cierta aminoración del pecado original lleva a Santo Tomás, de modo lógico, a una visión relativamente amplia sobre la salvación de los infieles, opinión también compartida por otros doctores escolásticos como San Alberto Magno y San Buenaventura.
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