La corrección política es una doctrina idealista, supone que podemos influir en que el racista, el machista o el desaprensivo dejen de pensar como lo hacen si nosotros, que no somos ninguna de esas cosas, nos expresamos de otra manera y los obligamos a expresarse de otra manera a ellos.
Escribe Soto Ivars que los izquierdistas partidarios de la corrección política omiten una evidencia, la realidad es tozuda y está llena de situaciones humanas deprimentes. Ser negro no es deprimente, aunque puede serlo si llegas a Europa en una patera. En cambio, ser racista, tener miedo a la gente de otras razas, sí es deprimente. La corrección política trata de suavizar lo primero y falla en la asignación del término racista, que dispara contra todos aquellos que usen determinadas expresiones.
Así durante la Primera Guerra Mundial, el colapso psicológico de los soldados se llamó neurosis de guerra (shell shock), simple, honesta, contundente. Cuando la siguiente generación combatió en la Segunda Guerra Mundial, la enfermedad con la que volvían era la misma, pero la llamaron fatiga de batalla (battle fatigue), mucho más suave.
Entonces estalló la guerra de Corea y una nueva capa de eufemismo rebautizó el mal como agotamiento operacional (operational exhaustion), que ya sonaba como algo que podría pasarle a tu coche. Pero al fin, tras la guerra de Vietnam, esa misma enfermedad, cuyas víctimas se habían multiplicado en las selvas tropicales, alcanzó el grado máximo de eufemismo, la máxima desconexión con la realidad, y fue llamada desorden de estrés postraumático (post-traumatic stress disorder).
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