Es ilícito, desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, y constituye además un diletantismo filosófico, el negar o poner en duda, por ejemplo, la existencia de un ser divino, por el (supuesto) hecho de que la idea de Dios deba su origen al miedo del hombre primitivo a los poderes de la naturaleza superiores a su voluntad; como lo es, asimismo, invocar la circunstancia de que un artista se halla en un estado psicopatológico, digamos, en una fase de vida psicótica, para definir el valor o la carencia de valor artístico de la obra por él creada en esta situación, escribe Viktor Frankl.
Aunque, a veces, incidentalmente, una creación espiritual o
un fenómeno cultural originariamente auténticos se pongan secundariamente, por decirlo así, al servicio de motivos e intereses sustancialmente extraños, mediante un abuso de orden individual o social, esto no basta para poner en tela de juicio, ni mucho menos, el valor de la creación espiritual de que se trata. Y añade el profesor Frankl que perder de vista la validez intrínseca y el valor prístino de una obra de arte o de una experiencia religiosa por el hecho de que se las emplee, así sea en la mayoría de los casos, para fines individualmente neuróticos o culturalmente decadentes, equivaldría a derramar el agua del baño con el niño dentro. Quien emite un juicio de esta clase se parece mucho a aquel que, a la vista de una cigüeña, exclamaba: “Creía que las cigüeñas no existían”. El hecho de que la cigüeña sirva, secundariamente, por así decir, para ilustrar la conocida fábula sobre el modo como los niños vienen al mundo, no quiere decir que este pájaro no exista.
Viktor Frankl |
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