jueves, 26 de octubre de 2017

Hay una guerra civil no declarada en América latina, que está cambiando la vida cotidiana de pobres y ricos por igual.

Crisis de expectativas insatisfechas
Cuenta Andrés Oppenheimer que hoy día, la pobreza en América latina ha aumentado al 43 por ciento de la población, según cifras de las Naciones Unidas. Y el aumento de la pobreza, junto con la desigualdad y la expansión de las comunicaciones, que está llevando a los hogares más humildes las imágenes sobre cómo viven los ricos y famosos, están produciendo una crisis de expectativas insatisfechas que se traduce en cada vez más frustración, y cada vez más violencia. Hay una guerra civil no declarada en América latina, que está cambiando la vida cotidiana de pobres y ricos por igual. En las villas en la Argentina, las favelas en Brasil, los cerros en Caracas y las
ciudades perdidas en Ciudad de México, se están formando legiones de jóvenes criados en la pobreza, sin estructuras familiares, que viven en la economía informal y no tienen la menor esperanza de insertarse en la sociedad productiva. En la era de la información, estos jóvenes, dice Oppenheimer, crecen recibiendo una avalancha de estímulos sin precedentes que los alientan a ingresar en un mundo de afluencia, en un momento histórico en que, paradójicamente, las oportunidades de ascenso social para quienes carecen de educación o entrenamiento laboral son cada vez más escasos.

Y añade Oppenheimer: “La combinación del aumento de las expectativas y la disminución de las oportunidades para los sectores de menor educación es un cóctel explosivo, y lo será cada vez más. Está llevando a que progresivamente más jóvenes marginados estén saltando los muros de sus ciudades ocultas, armados y desinhibidos por la droga, para
Mundo marginal y cercano.
adentrarse en zonas comerciales y residenciales y asaltar o secuestrar a cualquiera que parezca bien vestido, o lleve algún objeto brillante. Y a medida que avanza este ejército de marginales, las clases productivas se repliegan cada vez más en sus fortalezas amuralladas. Los nuevos edificios de lujo en cualquier ciudad latinoamericana ya no sólo vienen con su cabina blindada de seguridad en la entrada, con guardias equipados con armas de guerra, sino que tienen su gimnasio, cancha de tenis, piscina y restaurante dentro del mismo complejo, para que nadie esté obligado a exponerse a salir al exterior. Tal como ocurría en la Edad Media, los ejecutivos latinoamericanos viven en castillos fortificados, cuyos puentes, debidamente custodiados por guardias privados, se bajan a la hora de salir a trabajar por la mañana, y se levantan de noche, para no dejar pasar al enemigo. Hoy, más que nunca, la pobreza, la marginalidad y la delincuencia están erosionando la calidad de vida de todos los latinoamericanos, incluyendo a los más adinerados. En estos momentos, hay 2,5 millones de guardias privados en América latina. Tan sólo en São Paulo,
Brasil.
Brasil, hay 400 mil guardias privados, tres veces más que los miembros de la policía estatal, según el periódico Gazeta Mercantil. En Río de Janeiro, la guerra es total, los delincuentes matan a unos 133 policías por año, un promedio de dos por semana, más que en todo el territorio de los Estados Unidos, y la policía responde con ejecuciones extrajudiciales de hasta mil presuntos sospechosos por año. En Bogotá, Colombia, la capital mundial de los secuestros, hay unos siete guardias privados por cada policía, y están prosperando varias industrias relacionadas con la seguridad”.

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