sábado, 28 de octubre de 2017

Nunca la geografía, la cosmografía y la cartografía han tenido a un ritmo tan acelerado como en el siglo XVI.

Vasco de Gama.
En 1498, Vasco de Gama, “al servicio de Dios y provecho de la corona portuguesa” como expresa con orgullo el rey Manuel, llega a la India, desembarcando en Calicut (Kozhikode); aquel mismo año, Cabot, en calidad de capitán al servicio de Inglaterra, otea Terra Nova y, con ella la costa norte de América, y a la vuelta de un año, simultáneamente y cada uno por su lado, Pinzón bajo pabellón español y Cabral bajo el portugués, descubren el Brasil, en tanto que Corterreal emula, a quinientos años de distancia, la empresa de los vikingos pisando la tierra de Labrador. En los primeros años del nuevo siglo dos expediciones portuguesas, una de ellas guiada por Américo Vespucio rozan la costa sudamericana hasta cerca del Río de la Plata. Y en 1506 los portugueses descubren Madagascar; en 1507, Mauricio; en 1509 llegan a Malaca, y
Monumento a Vasco Núñez de Balboa.
en 1511 la toman por asalto, que es como tener en la mano la llave del archipiélago malayo. En 1512, Ponce de León franquea Florida; en 1513, Núñez de Balboa es el primero de los europeos que contempla desde Darien el océano Pacífico. En adelante ya no hay mares desconocidos para la humanidad. En el corto espacio de cien años la navegación se ha superado en sus actividades no ya como cien veces, sino como mil, nos describe Stefan Zweig. 


Mientras en 1418, a las órdenes de Enrique, ya se vio con asombro la llegada a Madera de las primeras barcas, en el año 1518 unos barcos portugueses llegan a Cantón y a tierra japonesa; un viaje a las Indias se considerará pronto empresa muy por debajo de la que significaba antaño el viaje hasta cabo Bojador. A este paso, la figura del mundo se transformara y se ampliará de año en año, de un mes a otro. 


Cuenta  Stefan Zweig que los grabadores mapas y los cosmógrafos ocupan día y noche sus mesas de trabajo en los talleres de Augsburgo y no pueden dar abasto a los 
numerosos encargos.  Les arrebatan el grabado de las
manos, todavía húmedo y sin colorear;  y tampoco bastan al afán de noticias del mundus novis los informes de viajes y los atlas con que los impresores acuden a las ferias de libros. Pero apenas los cosmógrafos han grabado sus mapas mundiales pulcra y exactamente, ajustándose a las últimas referencias, llegan ya nuevos informes y es preciso hacer el trabajo desde el principio, pues lo que se creía isla ha resultado ser continente. Hay que trazar otros ríos, costas y montes, y así, los grabadores tienen que empezar otro mapa, rectificado y ampliado, no bien han terminado el nuevo. Nunca, ni antes ni después, la geografía, la cosmografía y la cartografía han llegado a un ritmo tan acelerado, tan arrollador, como en aquellos cincuenta años progresivos, durante los cuales se fijaban la forma y la extensión de la Tierra por primera vez desde que los hombres viven, respiran y piensan, y ellos mismos aprendían a conocer el planeta en el cual, desde el principio de los tiempos, son llevados por el espacio. Y todo ello en
Mapa de Abraham Ortelius de 1589.

una generación. Soportaban sus navegantes toda clase de peligros en beneficio de la posteridad, franqueaban sus conquistadores todos los caminos, y resolvían sus héroes todos o casi todos los propósitos. Un solo hecho quedaba por cumplir, el último, el de más bizarría, el más costoso, dar la vuelta a toda la Tierra en un buque, y en este único viaje medir y probar con toda evidencia la forma redonda de nuestra tierra, contra todos los cosmólogos y los teólogos del pasado. Y éstos serán la idea y el destino del portugués Magallanes.


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