“No me gusta ese tipo”. Cuántas veces hemos podido oír ese juicio, que, a priori y sin fundamento, invalida un libro, margina una acción, niega importancia a una práctica y todo ello a partir del más evanescente de los sentimientos. Esas habladurías, rumores y maledicencias tienen consecuencias devastadoras. Tal como proclamaba, de manera irónica, un periódico: “No he visto ni he leído, pero he oído hablar”.
Quien declara “No me gusta ese tipo»”, dice Michel Maffesoli, no hace más que reconocer que la mitología moderna de lo universal ha cedido su sitio a la de lo particular. El pequeño quid consiste en que el chaval de las ciudades no tiene reparos en reconocer que necesita a su banda para existir. Y añade Maffesoli que más difícil le resultará admitirlo al habitante del triángulo de oro que componen los distritos parisinos quinto, sexto y séptimo. Pero la realidad es la misma. Si uno no tiene el olor de la manada, pertenece al tipo de cosas que se rechazan.
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