El poeta no solo debe cortejar a su musa, sino también a su dama, la filología; para el principiante, esta es incluso más importante que aquella. Por regla general, el signo inequívoco de que un principiante posee verdadero talento es que está más interesado en jugar con las palabras que en decir algo original; su actitud se parece a la de aquella anciana a la que citaba E. M. Forster: “¿Cómo puedo saber lo que pienso hasta no ver lo que digo?”. Es solamente más tarde, una vez que ha cortejado y ganado el amor de la dama Filología, cuando el poeta puede entregarse por completo a la devoción de su musa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario