La isla de los muertos de Arnold Böcklin |
Expulsar la meditación sobre la muerte de las ocupaciones cotidianas de la vida. Estas son, en opinión de Pascal, diversiones, que ocupan de principio a fin el tiempo disponible, sin dejar el más mínimo instante vacío y ocioso en el que pudiesen vagar sin propósito los pensamientos, no sea que incurran por casualidad en la suprema vanidad de las preocupaciones vitales, supuestamente importantes y absorbentes, en virtud de su consumo de tiempo y energía. “No es ese estado flojo y apacible y que nos permite pensar en nuestra desgraciada condición lo que buscamos, sino el ajetreo que nos aparta de pensar en ello y nos divierte”. Esta preferencia nos hace poner la caza por encima de la presa: “Esa liebre no nos protege contra la visión de la muerte y de las miserias, pero la caza nos protege contra dicha visión” (o, según el adagio de Robert Louis Stevenson, viajar con ilusión es mejor que llegar). Una liebre muerta puede estar al final de la lista de prioridades del cazador, mas la caza se halla en cabeza de dicha lista, y ahí ha de permanecer, pues, por vana que pueda ser en sí misma, su vanidad es indispensable para encubrir esa otra vanidad que realmente importa.
Evocación (El entierro de Casagemas), Pablo Picasso. |
Max Scheler reparó en las consecuencias de la aplicación por extenso de la “estratagema de la diversión”. No obstante, a diferencia de Pascal, Scheler veía la huida a través de la diversión como un acontecimiento de la historia más que como una perpetua encrucijada humana, una consecuencia de la revolución moderna en el modo de ser. Deploraba esa novedad como un peligro mortal para el anhelo humano de trascendencia. La muerte se ha apartado de la vista de los hombres y mujeres contemporáneos, “ya no es visible”. En opinión de Scheler, esa “no existencia de la muerte” se ha convertido en la “ilusión negativa de conciencia del tipo de hombre moderno”. Ya no una parte del destino humano al que es preciso hacer frente en toda su majestad y respetar debidamente, la muerte se ha degradado a la categoría de una catástrofe deplorable, como un disparo de pistola o un ladrillo que cae de un tejado. Con el horizonte de la mortalidad efectivamente apartado de su visión y no orientando ya proyectos a largo
plazo ni organizando los afanes cotidianos, la vida ha perdido su cohesión interna. La vida se vive de un día para otro, “hasta que súbitamente y por modo extraño no haya ningún nuevo día”. Pero, una vez que el miedo a la muerte se hubo retirado o desvanecido de la vida cotidiana,dice Zygmunt Bauman, no logró traer en su lugar la ansiada tranquilidad espiritual. Le sustituyó rápidamente el miedo a la vida. Ese otro miedo, a su vez, provoca una “aproximación calculadora a la vida”, que se nutre de una sed insaciable de posesiones siempre nuevas y del culto al “progreso”, en sí misma una idea carente de sentido, desprovista de propósito.
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