Gabriel García Márquez y Fidel Castro, en 2007. |
Hay incongruencia y confusión en que intelectuales, políticos o gobiernos que se dicen democráticos sirvan los intereses de un régimen que es el enemigo número uno de la cultura democrática en el hemisferio occidental y, en vez de mostrarse solidarios con quienes en Cuba van a prisión, viven como apestados, sometidos a toda clase de privaciones y tropelías o dan sus vidas por la libertad, apoyen a sus verdugos y acepten jugar el lastimoso papel de celestinas, cómplices o “putas tristes” de la dictadura caribeña, dice Mario Vargas Llosa, y añade que es un insulto a la inteligencia pretender hacer creer a cualquiera que haya seguido someramente el casi medio siglo del régimen cubano, que la manera más efectiva de conseguir concesiones del régimen castrista es el apaciguamiento, el diálogo y las demostraciones de amistad con su tiranía.
El propio Fidel Castro se encargó de manera contundente de disipar cualquier malentendido al respecto: cómplices, cortesanos, sirvientes, que colaboran con sus política, sus designios, su gobierno y su modelo político-social, de los que ninguno de sus numerosos “amigos” lo ha hecho apartarse jamás un milímetro. Es verdad que, a veces, algunos de esos politicastros convenencieros o intelectuales
en pos de credenciales progresistas que van a retratarse con él y a echarle una mano publicitaria reciben como regalo un preso político, que luego exhiben como coartada de su duplicidad. Pero esa asquerosa trata de presos en vez de mostrar un ablandamiento del régimen es más bien una señal flagrante de su vileza e inhumanidad.Terror de Estado. |
Por otro lado, escribe Vargas Llosa, la complacencia con el terror de Estado es, por desgracia, muy extendida en países donde la inseguridad y la desesperación que causan en la opinión pública las acciones del extremismo llevan a grandes sectores a aprobar la política de la mano dura, el contraterrorismo, como la medicina más eficaz para restablecer el orden. Se trata de una pura ilusión, de un engañoso espejismo. Lo cierto es que cuando el Estado hace suyos los métodos de los terroristas para combatir el terrorismo, son estos últimos los que ya han ganado, pues han conseguido imponer su lógica y lesionado profundamente las instituciones.
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