La mayoría de los historiadores de la ciencia, entre los que figuran A. C. Crombie, David Lindberg, Edward Grant, Stanley Jaki, Thomas Goldstein y J. L. Heilbron, han concluido en los últimos cincuenta años que la revolución científica se produjo gracias a la Iglesia. La aportación católica a la ciencia no se limitó a la esfera de las ideas, también las teológicas, toda vez que muchos científicos en ejercicio eran a la sazón sacerdotes.
El padre Nicholas Steno, un luterano convertido al catolicismo y ordenado sacerdote, es comúnmente considerado el padre de la geología, mientras que el padre de la egiptología fue Athanasius Kircher. La primera persona que midió el índice de aceleración de un cuerpo en caída libre fue otro sacerdote, el padre Giambattista Riccioli. Y a Roger Boscovich se le suele atribuir el descubrimiento de la moderna teoría atómica. Los jesuitas llegaron a dominar el estudio de los terremotos a tal punto que la sismología se dio en llamar la ciencia jesuita. Y esto no es todo, ni mucho menos. Aun cuando cerca de treinta y cinco cráteres lunares llevan el nombre de científicos y matemáticos jesuitas, la
contribución de la Iglesia a la astronomía es prácticamente desconocida. Sin embargo, tal como señala J. L. Heilbron, de la Universidad de Berkeley, California: “La Iglesia católica-romana ha proporcionado más ayuda financiera y apoyo social al estudio de la astronomía durante seis siglos, desde la recuperación de los conocimientos antiguos en el transcurso de la Edad Media hasta la Ilustración, que ninguna otra institución y probablemente más que el resto en su conjunto”.
Roger Boscovich |
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