En los cuatro cantos del Siervo de Yahvé, el profeta Isaías presenta a un “Siervo” misterioso que, según algunos exégetas, representa la nación de Israel; para otros estudiosos del judaísmo antiguo de tendencia ortodoxa, se trata claramente de una persona llamada y formada por Yahvé y colmada por su espíritu. Más adelante, el Siervo aparece como un “discípulo” al que Yahvé ha “abierto el oído” para que esté en condiciones de instruir a los hombres en la Tierra. Él cumple su misión sin esplendor exterior, con mansedumbre y aparente fracaso. Blanco de ultrajes y desprecios, los acepta pero no cede, porque Dios le sostiene. El cuarto canto contempla este sufrimiento del Siervo, inocente como Jacob, pero tratado
como un malhechor, golpeado por Dios mismo y condenado a una muerte ignominiosa. En realidad, se ha puesto él mismo en el lugar de los pecadores de los que llevaba la culpa, intercediendo por ellos, y Yahvé, por un efecto inaudito de Su poder, ha hecho de este sufrimiento expiatorio la salvación de todos. A continuación, el profeta predice una “posteridad” del Siervo, que representará un reencuentro en Israel; para todos, él será la Luz de las naciones.
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