Maritain acusa a Rousseau
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| Rousseau |
En cuanto a la aureola de santidad que rodeó a Rousseau, puesta de manifiesto, entre otras expresiones, en las peregrinaciones a su tumba de numerosos admiradores de varios países, Maritain la califica de santidad falsa. “Incapaz de imponerse ante la realidad por medio de ese supremo acto de mando racional sin el cual no existe virtud moral”, él juzga pero no obra. Se contenta con soñar su vida, construyendo en el mundo de las imágenes y de los juicios artísticos “una asombrosa vida de dulzura y bondad, de candor, de simplicidad, de facilidad, de santidad sin clavos y sin cruz”. Desdoblamiento, más que hipocresía; mimetismo de la santidad, le acusa Maritain. Con Rousseau, afirma, nos hallamos en los antípodas de la vida moral y de la santidad. “Al verter en tantas almas el contagio de esta religiosidad pervertida”, prosigue el filósofo francés, Juan Jacobo “ha dado al mundo moderno uno de sus aspectos característicos. Todos sabemos lo que el romanticismo le debe”. “En cuanto que el romanticismo significa una religiosa victoria sobre la razón, y sus obras el desenfreno sagrado de la sensibilidad, la santa ostentación del yo y la adoración de la primitividad natural, el panteísmo como teología y la excitación como norma de vida, hay que confesar que Rousseau, por su naturalismo, es causa inmediata de semejante mal de espíritu”. Y más allá del romanticismo, “el pensamiento actual, en lo que tiene de mórbido, sigue todavía bajo su influjo”.“Pervertidor prodigioso, Rousseau… evoca las potencias de anarquía y de languidez que dormitan en cada uno de nosotros. Se aprovecha de todas las insuficiencias de la razón… Sobre todo, nos ha enseñado a complacernos en nosotros mismos y a descubrir el encanto de esas secretas heridas de la sensibilidad más individual que las edades menos impuras abandonaban temblando a la mirada de Dios… Costará mucho a la literatura y al pensamiento moderno, así heridos por él, encontrar la pureza y rectitud que una inteligencia vuelta hacia el ser conocía antaño”. |
| Maritain |
Rousseau, en fin, abre el camino a la Revolución laicizando el Evangelio y conservando las aspiraciones humanas después de suprimir a Cristo. “Fue Juan Jacobo quien consumó esta inaudita operación iniciada por Lutero, de inventar un cristianismo separado de la Iglesia de Cristo, y fue él quien terminó de naturizar el Evangelio. A él le debemos ese cadáver de ideas cristianas, cuya inmensa putrefacción emponzoña hoy al universo. La doctrina rusoniana es una herejía cristiana de carácter místico… una radical corrupción naturalista del sentimiento cristiano”, escribe Maritain, que concluye: “Si el mundo no vive del cristianismo vivificante de la Iglesia, muere del cristianismo corrompido fuera de la Iglesia”. El balance que Maritain hace del pensamiento del ginebrino es definitivamente negativo: “Siendo personalmente mucho menos vil y despreciable que Voltaire, al cual tuvo el mérito de odiar, en realidad Rousseau implica una gravedad inmensamente mayor, porque proporcionó al hombre no ya una negación, sino una religión al margen de la Verdad indivisible”.
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