La señora Stina cortó unas florecillas que crecían en la cuneta y las miró con algo similar a la ternura. “Si todos fuéramos tan malos como dicen, a Dios no le supondría ningún esfuerzo exterminarnos, bastaría con hacer que el invierno fuera permanente y dejar que la tierra estuviera por siempre nevada. Pero como Nuestro Señor permite que la primavera y las flores vuelvan cada año debe creer que, al menos, merecemos vivir”.

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