Entrevistaban por la radio a un conocido escritor, ya mayor. Le preguntaban si creía en el progreso. Y este literato, que hacía años que vivía en una casa en el campo, contestaba que cada mañana se asomaba a la ventana y veía una cosechadora, un tractor, otra máquina que no sabía muy bien para qué servía. “¿Cómo no voy a creer en el progreso si veo cada año que las mieses, que antes se recolectaban con grandes esfuerzos en dos meses, ahora se llevaba a cabo con suma facilidad en una o dos semanas?”. Pero, añadía que “este es un progreso que calienta y llena el estómago, pero deja frío y vacío el corazón”.

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