Si fusionamos la justicia y la injusticia, si hacemos igual lo justo y lo injusto y si proclamamos que lo equitativo y lo agraviante concuerdan, ¿a qué reducimos el orden social, sobre qué apoyamos la vida equilibrada, cómo se refrena el exceso y a qué clase de anarquía nos apuntamos? Por más que almas nobles, como la de Sócrates, hayan proclamado preferir sufrir la injusticia a producirla, o por más que con criterio pragmático alguien haya deseado padecer antes la injusticia que soportar el desorden (Goethe), sigue siendo correcta la aseveración clásica de que sin justicia el mundo de la fuerza sustituiría al del pacto y la concordia, y la ley de la selva reemplazaría a la ley de los hombres, pues lo cierto es que si se hicieran coincidir justicia e injusticia las bases mismas de nuestra convivencia se desvanecerían y el más poderoso desorden social quedaría instaurado, escribe Angel Cristóbal Montes.
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