En un mercado laboral como el actual, haría falta mucho atrevimiento y valor para que alguien se plantara ante su jefe y le dijera a la cara que prefiere irse antes que aguantar un día más con él. Jean Pralong dice que los jóvenes preferirán soportar su deprimente situación, por desmoralizadora que sea, si con ello se les permite mantenerse más tiempo en sus “casi empleos”. Pero rara vez lo consiguen, y aun si logran mantenerse, es sin saber cuánto tiempo puede durar el aplazamiento de su condena definitiva. De un modo u otro, los miembros de la Generación Y difieren de sus predecesores por su completa (o casi completa) ausencia de ilusiones en relación con su trabajo, por su compromiso poco entusiasta (o nulo) con los empleos que desempeñan actualmente en las empresas que se los ofrecen, y por su firme convicción de que la vida está en otra parte y por su determinación (o, al menos, su deseo) de vivirla en otro ámbito distinto del laboral.
Los precarios se caracterizan por tener hogares (con sus correspondientes dormitorios y cocinas) edificados sobre arenas movedizas y por la ignorancia absoluta que admiten tener sobre cómo irán las cosas (“no tengo ni idea de por dónde me caerán los golpes”), y por su impotencia (“y aunque lo supiera, no tendría poder para desviarlos”).
Referencia: Estado de crisis de Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni
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