Cuenta Vittorio Messori que en la España de la Segunda República la matanza de católicos (y sólo de católicos, porque las iglesias y pastores protestantes no fueron tocados) no tuvo por finalidad castigar a hombres específicos y sus presuntas culpas. Constituyó un intento de hacer desaparecer a la Iglesia misma. Como escribe el historiador Hugh Thomas, “nunca en la historia de Europa y quizá en la del mundo, se había visto un odio tan encarnizado hacia la religión y sus hombres”. Salvador de Madariaga dice que “nadie que tenga buena fe y buena información puede negar los horrores de aquella persecución. Durante años, bastó únicamente el hecho de ser católico para merecer la pena de muerte, infligida a menudo en las formas más atroces”.
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