Sándor Márai escribe en su obra ¡Tierra, tierra!: De nuevo se empezaba a perseguir, en nombre de la Única Idea Salvadora, a todo aquel que no creyera en ella; entretanto, los perseguidos y las personas que se encontraban en zonas de peligro potencial (intelectuales, campesinos, obreros concienciados) se aglutinaron en un frente de resistencia pasiva que no buscaba el martirio, pero que tampoco se refugiaba en una ratonera cobarde. La maquinaria del terror sabía que todo terror llega a una cúspide, a un Termidor, en el que cae no sólo la cabeza de Robespierre, sino también la de los verdugos y sus ayudantes. Pero la crueldad es un opio que no puede abandonar quien lo ha probado. Y resulta necesario aumentar la dosis para obtener la misma satisfacción, igual que ocurre con las dosis de morfina o heroína. El Hombre de Uniforme había aparecido en las calles y los despachos de las ciudades húngaras. Esos elegantes uniformados, con la gorra, el abrigo y el cinturón reglamentarios de la democracia popular, eran parecidos a los soldados de las repúblicas suramericanas que daban golpes de Estado de opereta bajo las órdenes del dictador de turno. Había algo exótico, grotesco y ridículo, y al mismo tiempo temible, en ese desfile de uniformados.
…….Estaba apático porque me aburrían la maldad constante y generalizada y la inmoralidad idiota y testaruda. No hay nada más aburrido que el crimen. «Satan est pur», decía Maritain. Sí. Satanás es puro porque no miente, no desea más que el Crimen. Pero el Crimen es estúpido y aburrido.
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