No hay mayor fuerza a la que enfrentarse que aquella que es fácil de conquistar; la fuerza que siempre cede y luego vuelve. Esa es la fuerza de un gran prejuicio impersonal, como el que posee al mundo moderno en tantos aspectos. Contra esto no hay más arma que la rígida cordura acerada, la resolución firme de no escuchar los caprichos de moda y de no dejarse infectar por las enfermedades, escribe G. K. Chesterton.
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