Escribe Viktor Frankl: “Nuestro ojo jamás podría contemplar el sol si no tuviese algo de solar…” Algo análogo a lo que Goethe dice del ojo, en esta frase, podría decirse de la generalización del sentimiento de desesperación moral, de la duda en la moralidad de los hombres. “El hombre es malo de por sí” y en el fondo de su naturaleza, oímos decir. Sin embargo, esta especie de acedía ética universal no debe paralizar a nadie en su acción moral. Si alguien nos dice que “todos los hombres son, a la postre, unos egoístas” y que el altruismo manifestado de vez en cuando no es, en realidad, sino egoísmo, ya que este aparente altruista sólo trata de desembarazarse de su eventual sentimiento de compasión, sabemos perfectamente lo que debemos replicar. En primer lugar, que la eliminación de un sentimiento de compasión no es un fin, sino un efecto; en segundo lugar, que esta actitud presupone ya una cierta moral, bajo la norma de un auténtico altruismo. Pero, además, podemos objetar a quienes así piensan que vale también para la vida de la humanidad en su conjunto, es decir, que lo mismo en la historia de los tiempos que en las cadenas de las montañas, son los puntos culminantes los que deciden. Para justificar a la humanidad como un todo bastaría con tomar en consideración unas cuantas existencias ejemplares, unos pocos genios espirituales o morales, o simplemente con tener en cuanto a este o aquel individuo concreto por quien sentimos un amor verdadero. Por último, si se alega que los grandes ideales eternos de la humanidad son pisoteados y profanados por doquier, convertidos en medios para los fines de la política, de los negocios, de la erótica personal o de la vanidad privada, podemos replicar que todo esto no hace más que confirmar la obligatoriedad general y la fuerza imperecedera de esos ideales, pues el hecho de que, para dar autoridad a una causa, sea necesario envolverla en un manto moral, demuestra que la moral es algo eficiente y que es posible influir en los hombres en virtud de su propia moralidad. Por tanto, la misión que el hombre tiene que cumplir en la vida existe siempre, necesariamente, aunque el interesado no la vea, y es siempre, necesariamente, susceptible de ser cumplida.”
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