Para el filósofo Steven Pinker nuestra capacidad de razonamiento está orientada por nuestros motivos y limitada por nuestros puntos de vista, y eso es lo que explica la paradoja de que nuestra especie pueda ser tan racional y tan irracional a la vez. De ahí, el mal hábito, muy perceptible en asuntos políticos, de buscar pruebas que ratifiquen una creencia y mostrar indiferencia hacia las evidencias que podrían refutarla (tendemos a ver aquello que deseamos ver y a ignorar el resto), o el hecho de que los individuos eviten montar en un tren de razonamientos porque no les gusta a donde les lleva; por ejemplo, una asignación de dinero objetivamente justa, pero que beneficia a otros. Y para eso, para desviar una línea de razonamiento antes de que llegue a un destino no deseado, hay métodos que explotan las inevitables incertidumbres que rodean cualquier asunto y dirigen el argumento en la dirección favorita con sofistería, manipulación informativa y demás artes de la persuasión. En otras palabras, los humanos nunca son tan irracionales como cuando protegen sus ideas favoritas, y donde dice ideas puede decir también intereses.
Pinker, muy crítico con el pensamiento irracional y conspiranoico, admite sin embargo que el apetito de floridas fantasías mora en lo más profundo de la naturaleza humana; por lo que las leyendas urbanas, los titulares de los tabloides y las noticias falsas nos resultan extraordinariamente entretenidos.
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