Hoy el siglo XIX perdura con vitalidad allí donde su cultura sigue regresando a la escena y siendo consumida. La forma artística más característica del siglo en Europa, la ópera es un buen ejemplo de tal representación repetida.Con Christoph Willibald Gluck y Wolfgang Amadeus Mozart pasó a ser el género más noble del teatro, y en la década de 1830 ya imperaba el consenso de que estaba en la cúspide de la jerarquía artística.Desde entonces, la ópera europea ha perdurado triunfalmente.
Entre Lisboa y Moscú, los teatros de la ópera erigidos en el siglo XIX continúan funcionando con plenitud e interpretan un repertorio que, en su gran mayoría, procede del mismo siglo XIX. La ópera se globalizó pronto. A mediados del siglo XIX contaba con un punto de irradiación de alcance mundial que era París. La historia musical de París, hacia 1830, era de hecho la historia universal de la música. Y la Ópera de París no era tan solo el primer escenario de Francia, la ciudad pagaba más que ninguna otra a los compositores y, con ello, impedía que la competencia pudiera rivalizar por la condición de imán principal de la música. Hacerse famoso en París suponía alcanzar la fama mundial; fracasar allí, como le ocurrió a Richard Wagner con Tannhäuser, en 1861, pese a que ya era un maestro reputado, suponía una auténtica humillación. En el imperio otomano ya hubo representaciones de ópera europea desde la década de 1830.
La Ópera Metropolitana de Nueva York, inaugurada en 1883, se convirtió con el cambio de siglo en uno de los teatros más reputados del mundo; allí se exhibía además la high society del país, en formas que apenas se distinguían de las europeas.
El repertorio operístico del siglo XIX se ha mantenido como el rey de la programación: Rossini, Bellini, Donizetti, Bizet, sobre todo Verdi, Wagner y Puccini.
Referencia:La transformación del mundo de Jürgen Osterhammel
No hay comentarios:
Publicar un comentario