“El sistema de mercado tiene la peculiaridad, en cierto modo única, de ser un orden que genera incesantemente alternativas; y la existencia de alternativas es el complemento necesario de la libertad de elección…..El vínculo entre el mercado y la libertad individual se precisa (y defiende) mejor comparativamente: los sistemas de mercado no obstaculizan el ejercicio de cualquier "poder de libertad" del que los individuos disponen (en el momento de la elección o del intercambio), mientras que los sistemas sin mercado, o antimercado, restringen y, en el límite, vetan la libertad de elección (comenzando por la libertad de elegir su ocupación).
El mercado no es sólo una mano invisible; es también una mente invisible. Ya lo había demostrado bien Vilfredo Pareto a contrario calculando que una sociedad imaginaria de 100 personas que usara sólo 700 bienes y servicios, requeriría la solución de 70.699 ecuaciones simultáneas para igualar la demanda y la oferta del modo en que lo hace el mercado él solo. (Manuale di Economía Política).
El mercado: a) es la única base para calcular precios y costes; b) no tiene costes de gestión; c) es flexible y sensible al cambio; d) es el complemento de la libertad de elección; e) simplifica enormemente la información. ¿Cómo se explica que, frente a tal cúmulo de méritos, el sistema de mercado suscite tanta hostilidad y tan poco reconocimiento? Es necesario observar que las críticas de sus enemigos no apuntan tanto contra sus fallos e ineficacias, sino contra el hecho de que el sistema de mercado presupone, de hecho, la empresa privada, lo que lo hace intrínseca y pérfidamente “capitalista”. El mercado está mal visto porque se opone a la potente corriente que Raymond Aron ha llamado el “proyecto igualitario”. Es importante decir proyecto igualitario porque sería insensato atribuir al sistema de mercado una hostilidad intrínseca hacia el principio de igualdad como tal. En realidad, quien defiende el mercado defiende a ultranza algunas igualdades; en concreto aquellas que no están de moda. No sería tampoco correcto acusar al sistema de mercado de insensibilidad frente a cualquier principio de justicia. En verdad el sistema de mercado refleja y respeta el criterio de justicia que dice: partes iguales a iguales, y desiguales a desiguales. Este principio de igualdad proporcional (así lo llamaba Aristóteles) por lo general es aprobado, por ejemplo, en el plano fiscal; pero desagrada en el plano del mercado. El hecho no es inexplicable. La justicia proporcional adquiriere, cuando es atribuida al mercado, una característica irritante, no permite que un intérprete la interprete. Es el mercado el que establece implacablemente, mediante los propios mecanismos, quien es igual y quien es desigual. El mercado requiere leyes iguales para todos, e igualdad de oportunidades. Pero aquí se detiene. La igualdad de condiciones es incompatible con la lógica del mercado. De hecho, iguales circunstancias y condiciones requieren tratamientos desiguales y por lo tanto leyes desiguales, lo que choca con la ley del mercado. Tratamientos desiguales favorecen al peor y desfavorecen al mejor, negando de este modo la propia esencia del mercado, es decir, la competencia y la eficiencia económica”, escribe Giovanni Sartori en su libro Elementos de teoría política.
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