Escribe Erich Fromm en El amor a la vida que “hay salmos que sólo se pueden entender si se observa cómo el hombre comienza en un estado de desesperación, y luego vuelve a vencerla. Y sólo cuando la desesperación alcanza su mayor profundidad, su máxima intensidad, ocurre repentinamente una especie de giro milagroso y se instala un estado de ánimo de jubileo, creencia y gozosa esperanza. Un buen ejemplo lo constituye el Salmo 22, que comienza con estas palabras: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?. Desde hace siglos se ha planteado el problema de saber por qué Jesús, en el momento de su muerte, pronuncia estas palabras desesperadas. Esto parece ser una contradicción con su muerte voluntaria, con su creencia, pero en realidad no hay ninguna contradicción, pues la manera tradicional judía de citar un salmo no consiste, como en la tradición cristiana, en indicar el número, Salmo tal o cual, sino que se menciona todo un salmo con la primera frase o con las primeras palabras. Lo que el Evangelio quiere describir debe significar que Jesús recitó el Salmo 22. Y cuando leemos ese salmo, encontramos que comienza con la desesperación, pero termina en un estilo hímnico de la esperanza, y expresa quizás como ningún otro salmo la esperanza mesiánica universal del cristianismo primigenio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario