Søren Kierkegaard, hablando de la parábola del hijo pródigo observa que Cristo no sólo se detiene a esperar al “hijo pródigo”, como hace el padre de la parábola, sino que se pone en movimiento al modo del pastor y de la mujer en busca de la oveja y del dracma perdidos: “Él va, es más, ya fue, y fue infinitamente más lejos que la mujer y que el pastor. Siguió un camino infinitamente más largo, el que le llevó de ser Dios a hacerse hombre para ir en busca de los pecadores”.
El filósofo danés añade que “Cristo no halló nunca un techo tan mísero que no pudiese entrar en él con alegría, ni un hombre tan insignificante que no quisiera colocar su morada en su corazón. Cuando estés a punto de dudar, en el momento oportuno sentirás la certeza celestial”.
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