Para el ensayista español José Javier Esparza, Mahoma es un predicador, sí, pero también es un jefe guerrero. El islam es un credo religioso, pero también es un proyecto político de unificación en torno a esa fe. Esto marca su diferencia fundamental con las otras religiones del Libro: el judaísmo y el cristianismo. El judaísmo es una religión étnica, la religión de un pueblo. Es verdad que el Antiguo Testamento abunda en pasajes guerreros, pero se limitan a la consolidación de un pueblo concreto en un territorio determinado. El islam, por el contrario, no conoce límite territorial ni étnico. En cuanto al Nuevo Testamento de los cristianos, es verdad que trasciende las fronteras políticas y étnicas para predicar una fe universal, pero su universalidad se circunscribe al aspecto espiritual y distingue nítidamente entre Dios y el César. El islam, por el contrario, no conoce distinción entre lo político y lo religioso, de manera que la predicación y el combate son lo mismo. El credo de Mahoma quiere enlazar con el linaje de Abraham y se reivindica como prolongación y, aún más, culminación de la misma relación con Dios, pero introduce cambios que lo hacen radicalmente distinto al judaísmo y al cristianismo. La legitimación constante de la violencia política, transformada en violencia religiosa, es sin duda el mayor de esos cambios.
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