Existen dos tipos de silencio; el silencio con uno mismo y el silencio con los demás. El silencio con uno mismo está dominado por la violenta antipatía que nos invade hacia nuestro propio ser por el desprecio hacia nuestra alma, tan vil que no merece que se le diga nada. El medio más difundo para librarse del silencio es hacerse psicoanalizar.Hablar incesantemente de si mismo a una persona que escucha, a la que se le paga para escuchar, desnudar las raíces del propio silencio, si, esto quizá puede proporcionar un alivio momentáneo. Volvemos a encintarnos con el silencio en cuanto traspasamos la puerta de la habitación donde esa persona, a la que pagamos para escuchar, escuchaba. Entonces ese alivio de una hora nos parece superficial y banal.Las cosas que nos dicen aquellos a quienes recurrimos para que nos psicoanalicen no sirven porque no tienen en cuenta nuestra responsabilidad moral, la única elección que se le permite a nuestra vida.Este vicio del silencio que envenena nuestra época queda expresado con un lugar común, “se ha perdido el gusto por la conversación.” Lo que de verdad nos falta es la posibilidad de una relación libre y normal entre los hombres, eso si nos falta, y nos falta hasta tal punto que algunos de nosotros se han matado por la conciencia de esta privación. El silencio cosecha sus víctimas día tras día. El silencio es una enfermedad mortal.El silencio puede alcanzar una forma de infelicidad cerrada, monstruosa, diabólica; puede ajar los días de la juventud, hacer amargo el pan. Puede llevar, como se ha dicho, a la muerte.
Fragmento de un hermoso texto de Natalia Ginzburg
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