Escribe el catedrático y sociólogo italiano Francesco Alberoni que “la aceptación del cuerpo del hombre, su idealización hasta en los aspectos groseros, es el primer signo del amor. Del mismo modo, el desamor o la falta de amor la lleva a rechazarlo, primero de manera velada, sutil, ambigua. Después, abiertamente. En efecto, la mujer, cuando no ama más a un hombre, pone en evidencia todos sus aspectos grotescos, animalescos. Le reprocha sus ronquidos cuando duerme, su modo de caminar cuando anda dando vueltas por la casa, cuando rompe todo, cuando cambia todo de sitio. Le irrita su ambiente-cuerpo. Su olor se vuelve acre, insoportable. Las sábanas ya no están impregnadas de “su perfume”. Están impregnadas del olor acre, animalesco, del hombre-intruso. Para la mujer, el aspecto animalesco es difícil de olvidar. A tal punto que muchas de ellas, en la playa, a menudo ven a los hombres como si fueran monos. Es común, entre las mujeres, decir con expresión desgraciada que “los hombres desnudos no son lindos, no son un lindo espectáculo”. Si somos objetivos, esto es cierto en parte, pero la brutalidad física es lo que los hace parecer más feos a los ojos de la mujer. A la mujer le ocurre lo contrario con los hijos. Para la madre los hijos son siempre lindos, aunque sean gordos o poco agraciados. Nunca admitirá que son feos y se encolerizará si alguien se lo hace notar. A menudo se confunde esta actitud con el “amor maternal”. En realidad, la mujer no admite que pueda hacer echado al mundo un ser feo”.
“La mujer, cuando ama, supera este aspecto inquietante del cuerpo del hombre, viendo la parte positiva. Porque si ama al hombre, ama también su cuerpo y lo ama como al suyo propio, que nunca es repugnante. La mujer acepta, pues, el cuerpo del hombre poco apoco, de modo paulatino, por medio del amor. El cuerpo del hombre amado ya no está separado. Ella yace, acurrucada, entre sus brazos y respira su aliento. Su aliento es como el aire, indispensable. Sus olores se han fundido, constituyen un único olor, un único perfume. Siente el perfume en sus fosas nasales, segura de estar en paz con la vida. Tocarlo es entonces tocar una zona maravillosa, quieta. Es la seguridad de lo continuo, de lo permanente."
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