Bruce Marshall escribe en El mundo, la carne y el Padre Smith: “los hombres son todos muy parecidos, señoría, ya sean ingleses, alemanes, rusos, franceses o españoles: fanfarrones respecto a lo que no pueden hacer y humildes respecto a lo que pueden; mentirosos cuando están a buen seguro y veraces en el peligro; cobardes en los salones y valientes en las trincheras; lujuriosos con las mujeres ajenas y tiernos con las propias; crueles con la miseria que no tienen ante los ojos y caritativos con lo que está a su alcance; necios con los libros y hábiles con las herramientas; todos con barrigas que llenar y un cielo estrellado bajo el que caminar; todos indefensos y dignos de compasión cuando están dormidos; y todos ellos creados a imagen y semejanza de Dios, todos obras tremendas y maravillosas salidas de sus manos, todos con cejas y uñas y orejas. No hay duda de que es deber de la Iglesia hacer que se amen los unos a los otros”.
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