La democracia tradicional, siendo como es una flor frágil, nunca ha obtenido su fuerza del argumento moral en solitario. Dice John Keegan que “la moralidad, en última instancia, se funda en la razón; pero el conjunto de la humanidad no elige o deja de elegir por un proceso puramente racional. Los dirigentes democráticos más exitosos lo han sabido de sobra y han actuado en consecuencia, respaldando sus argumentos razonados con una llamada cuidadosamente calculada al interés material y a la respuesta emocional, y con una elaborada “presentación de sí mismos”, con la que conseguían personificar una imagen de mando más próxima a la que un pueblo, en una u otra época, busca para sí. El basurero de la democracia está lleno de vidas de aspirantes a líderes cuya nobleza los llevó a rechazar tales artificios y apoyar sus aproximaciones al electorado en la pura racionalidad”.
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