Decía Viktor Frankl que el médico no es el llamado a juzgar acerca del valor o carencia de valor de una vida humana. La sociedad humana le encomienda como única misión la de ayudar allí donde pueda hacerlo y la de mitigar los dolores del que sufre en los casos en que pueda; la de curar, cuando le sea posible, y la de cuidar a los enfermos, si no consigue curarlos. Si los pacientes y sus familiares no estuviesen convencidos de que el médico toma en serio y al pie de la letra este sagrado mandato que la sociedad le otorga, le retirarían su confianza. Sería terrible que el enfermo no supiera, en ningún momento, si el médico se acerca a la cabecera de su cama como médico o como verdugo. Esta posición de principio no deja tampoco lugar a excepciones cuando se trata de enfermedades incurables, no físicas, sino mentales.
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