El culto a Isabel I de Inglaterra convirtió a la soberana prácticamente en una diosa. Su régimen era la versión protestante más exitosa de un poder real sagrado durante la Reforma inglesa. En los escritos de la época, su figura se encarnó en papeles de diosa, reina, Venus, madre y hasta de hombre. Llevó a cabo los rituales mágicos propios de los reyes medievales, donde se tocaba a los enfermos de escrófula y quedaban curados. Distribuía dinero a los pobres el quinto día de Semana Santa (su reinado destacó por un aumento del hambre y la pobreza entre la población). El culto a la reina, exacerbado por la crisis de la defensa nacional durante las décadas en las que se temía una invasión española, facilitó que los ingleses evitaran comentar los aspectos menos agradables de su reinado. Si los ingleses tuvieron un concepto insustancial o poco claro del imperio durante la mayor parte o todo el reinado, lo mismo puede decirse de los españoles. Uno de los aspectos más sorprendentes del sistema imperial español fue que sus teóricos invirtieron la mayor parte de su tiempo criticando al imperio y defendiendo los derechos de los ciudadanos que lo habitaban.Los españoles, y especialmente los soldados, se sentían orgullosos del prestigio internacional del que gozaban, y se expresaban de forma agresiva, pero raramente usaban el término “imperio” para referirse a la entidad a la que servían. De hecho, muchos de ellos invirtieron gran parte de su tiempo en argumentar que la noción de imperio era “un cuento de niños”, producto de la imaginación.
Entre las piezas de la colección Wingfield Digby, en el castillo de Sherborne, figura un cuadro de la reina Isabel durante un desfile, tendida en una litera bien alta transportada a hombros de nobles y cortesanos. El retrato de Su Majestad Real conducida por sus fieles súbditos no tiene equivalente en ninguna obra de arte producida en ninguna parte de España durante el reinado de Felipe II. Ninguna de las comparecencias públicas de los gobernantes de España fue recibida con la adulación divina del pueblo.Felipe II no perseguía ni precisaba hacer pública ostentación de magnificencia. Su trono era seguro. Por el contrario, Isabel I de Inglaterra cooperaba por completo con sus consejeros y sus súbditos a fin de fomentar su propia imagen. Era algo esencial que debía hacer para proteger su dinastía (amenazada por otros pretendientes a la corona, especialmente María, reina de Escocia) y su sucesión (en peligro por la falta de un heredero).
Fuente:El enigma del Escorial de Henry Kamen
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