Existe la práctica universal de las agencias de citas, que organizan encuentros entre potenciales objetos de deseo de acuerdo con las preferencias declaradas por sus clientes potenciales, como el color de la piel o del pelo, la altura, la talla de pecho, los intereses, los pasatiempos etc. La aceptación tácita es que los seres humanos a los que ayudan estas agencias en su búsqueda de parejas necesitan y pueden formar parejas a partir de sus selecciones de caracteres. Durante esta “descomposición en nombre de la recomposición”, algo vital desaparece física y mentalmente a todos los efectos, la persona humana, “el Otro” de la moral, el sujeto por derecho propio y el objeto de mi responsabilidad. Cuando otro ser humano es tratado como un bien que se selecciona según el color, el tamaño y otros detalles superficiales, la adiaforización está en marcha y tiene efectos devastadores. Un conjunto de características, sean animadas o inanimadas, difícilmente puede ser un objeto moral, cuyo tratamiento esté sujeto a un juicio moral. Esto se puede aplicar a las agencias de citas en la misma medida que a las agencias policiales, aunque tengan propósitos claramente distintos. Sea cual sea la función manifiesta del ejercicio, la función latente, pero inseparable, es la exclusión del objeto de descomposición/recomposición de la categoría de entidades moralmente relevantes y del universo de las obligaciones morales, escribe el filósofo Zygmunt Bauman.
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