La idea de que el amor ha de estar por encima de las convenciones, las tradiciones y el pragmatismo ha propiciado la mezcla entre hombres y mujeres, mezcla o unión que no se da en todas las culturas, ni mucho menos. El amor romántico, escribe la filósofa Ana de Miguel, entendido como la búsqueda y elección de una persona para compartir un proyecto común de acuerdo con la preferencia individual, y no por el mandato de pautas familiares, tradicionales y económicas, contribuyó de forma decisiva a liberar a las mujeres de los matrimonios forzados. También significó, dice de Miguel, el comienzo de un camino en que, al final, las mujeres exigen cada día mayores cotas de reciprocidad y proyecto común en las relaciones. En esta línea están los estudios que sostienen que cierto romanticismo fue también clave para que los hombres cambiaran y comenzaran a ver en las mujeres algo semejante a sus iguales.
Autores como Anthony Giddens han puesto el acento en las consecuencias positivas que ha aportado el amor a la modernidad. La feminidad, en la época del amor cortés, se mitificó, y de algún modo tiende a aceptarse que la cultura amorosa feminizó a los hombres. Es cierto que, como mínimo, la cultura del amor se opuso a la violencia y el rapto para conseguir mujeres. Y también contribuyó a cuestionar la visión que identifica a las mujeres como meros cuerpos para el sexo y la reproducción.El amor,al menos, busca la correspondencia, establece nuevos códigos de comportamiento aceptables e inaceptables.
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