Sólo los individuos son capaces de querer lo que fuere. Pero la democracia, mediante el sufragio universal, realiza esta abstracción. Rousseau es insuperable en este sentido. “El pueblo, escribe el filósofo André Comte-Sponvillesólo, es pueblo en la medida en que es soberano; se da el ser al manifestar su voluntad. Fuera de eso no hay más que multitud, y nada hay menos democrático que una multitud. El gran animal prefiere los demagogos; por eso los ciudadanos deben resistir al gran animal. Las democracias no escapan al populismo sino mediante el esfuerzo de pensar de cada uno. Por eso la democracia está al cargo de los ciudadanos. Vayamos hasta el límite de la paradoja, el pueblo (como soberano) nos ha sido confiado a todos (como ciudadanos), ¡el pueblo no existe más que bajo la salvaguarda de los individuos! Si lo abandonamos a sí mismo, ya no es un pueblo, es una muchedumbre, una masa, una multitud de la que se puede temer lo peor. El pueblo, por ejemplo, se ha dotado de tribunales, parlamentos, escrutinios. La multitud no sabe más que linchar o aclamar. Así pues, hay que defender constantemente al pueblo (y defender a los individuos) contra la multitud, y especialmente hoy en día, contra esa multitud mediática que se llama la opinión pública. Es el gran animal repantigado ante la tele, siempre dispuesto a dar la razón a los demagogos o a los populistas…”
El sufragio universal es algo muy distinto. “No un espectáculo, dice Comte-Sponville, sino un acto. No un público, sino ciudadanos. Hay que hacer política, sí, pero sólo se puede hacer entre muchos, informarse, reflexionar, discutir, organizarse, actuar. De otro modo no habrá ni libertad ni justicia. Ese es el sentido más elevado de la democracia, y lo que pone de manifiesto la idea de república”.
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