Dios es llamado “bueno” porque es la causa de la bondad, también podría ser llamado, y con igual derecho, “cuerpo”, ya que es la causa última de los cuerpos. La respuesta de santo Tomás al problema es que, cuando se predican términos como “sabio” o “bueno” de Dios, se predican no unívoca ni equívocamente, sino en sentido analógico. Algunos términos denotan características, modos de ser o “perfecciones” que sólo pueden encontrarse en las cosas finitas. Por ejemplo, nada que no sea finito y material puede ser piedra. Y los términos de este género sólo pueden predicarse de Dios metafóricamente. Pero las “perfecciones puras”, como la bondad, que no están inseparablemente unidas, por así decirlo, a un nivel particular del ser, pueden ser predicadas de Dios; y son éstos los términos que se predican en sentido analógico. Esto es posible porque las criaturas tienen una relación real con Dios, dependen de Él y de Él derivan sus perfecciones.
Cuando decimos que Dios es sabio afirmamos de Él un atributo positivo; pero no somos capaces de dar una descripción adecuada de lo que el término significa objetivamente cuando se predica de Dios. Si se nos pregunta qué queremos decir al afirmar que Dios es sabio, podremos contestar que nos referimos a que Dios posee sabiduría en un grado infinitamente más alto que los seres humanos. Pero no podemos dar una descripción adecuada del contenido, por así decirlo, de este grado infinitamente más alto; sólo podemos aproximarnos a ella empleando la vía negativa. Lo que afirmamos es positivo, pero el contenido positivo del concepto de nuestro entendimiento está determinado por nuestra experiencia de la sabiduría que se encuentra en las criaturas; y lo único que podemos hacer es tratar de purificar o corregir su inadecuación por medio de negaciones. Es lo bastante evidente que este proceso nunca llevará a una comprensión adecuada y positiva del significado objetivo, escribe Copleston.
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