Asesinato de Canalejas |
Diez años de propaganda anticlerical y de estigmatización de los católicos, como contrarios a la libertad y al progreso, habían sembrado la semilla del rencor y habían convertido la religión, no sólo la Iglesia, en un peligroso motivo de división y de confrontación social. El asesinato de Canalejas, el 12 de noviembre de 1912, ayudó a cristalizar en el espíritu de los liberales, y también de los republicanos y de los socialistas, el reto de conseguir implantar en el futuro un estado laico. Un reto pendiente que se convertirá en el germen de las gravísimas confrontaciones que por este motivo se produjeron en 1931, escribe el historiador Jordi Albertí.
En 1911 se registraron en España más de trescientas huelgas |
En 1911, dice Albertí, se registraron en España más de trescientas huelgas, entre las que destaca la general convocada en septiembre. En la dinámica de estas protestas obreras se hizo evidente la divergencia entre las dos grandes centrales. Cabe destacar que, a pesar de la violencia con que los hechos se desarrollaron en algunas de las capitales, los amotinados nunca dirigieron sus ataques contra eclesiásticos ni contra centros religiosos. Este cambio de actuación se mantuvo en las jornadas de huelga general de 1914 y de 1916, que tenían como prioridad la protesta contra la precariedad y el empeoramiento de las condiciones de vida que se había acentuado con el inicio de la primera guerra mundial. El hecho de que la ausencia de los ataques contra las personas o los bienes de la Iglesia coincida durante estos años con la desactivación de los debates anticlericales en los foros políticos y con la renuncia táctica de los Gobiernos a dictar nuevas medidas unilaterales contra la Iglesia, denota una importante y evidente relación causa-efecto, o cuando menos una clara retroalimentación, entre el anticlericalismo intelectual y los objetivos estratégicos de las luchas obreras.
Sebastián Faure |
Una de las principales herramientas de difusión del anticlericalismo fue la puesta en circulación de numerosos folletos y libritos que buscaban convencer a los obreros de las bondades del ateísmo mientras señalaban a la Iglesia como la culpable secular de todos los males. La popularidad de estas obras divulgativas queda demostrada, por ejemplo, con las traducciones de los libros del anarquista francés Sebastián Faure (1858-1942). Entre 1917 y 1939 se vendieron 335.000 ejemplares de la obra de este autor Contestación a una creyente, 250.000 de Los crímenes de Dios y, según datos de la editorial Vértice, 620.000 ejemplares de Doce pruebas de la inexistencia de Dios. El anticlericalismo también estuvo presente en el ideario de numerosos rotativos y publicaciones periódicas. Algunos estudios explican la connivencia de los partidos de la izquierda parlamentaria con el anticlericalismo y, en algunos momentos, con la persecución religiosa, como una fórmula estratégica de la clase media española, de los profesionales y empresarios emergentes, para liberar a las estructuras del Estado del lastre que representaba para el progreso la versión conservadora de la sociedad que defendía la Iglesia. Implantar el laicismo hubiera significado, según esta interpretación, entrar de pleno en la modernidad.
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