Mientras que los hombres normalmente experimentan la persecución de una forma más visible, estratégica y grave, la persecución, en el caso de las mujeres, suele ser más compleja oculta y violenta (Análisis e Implicaciones de la Persecución Específica de Sexo, 2018, Puertas Abiertas). Según los últimos estudios realizados por Puertas Abiertas en materia de Persecución y Sexo, la persecución utiliza las vulnerabilidades existentes en la sociedad para atacar a los cristianos de manera efectiva. La posición de desigualdad de la mujer en muchos de estos contextos es un punto débil que la persecución, y aquellos que la llevan a cabo, utilizan para atacar, oprimir y castigar a aquellas mujeres que han decidido seguir a Cristo. El maltrato físico y psicológico, la violencia sexual, el matrimonio y el divorcio forzado o el encarcelamiento en sus propios hogares son algunas formas de abuso que las mujeres en estos países son más propensas a sufrir que los hombres, por lo que “es más fácil” para aquellos que quieren causar mal a las mujeres cristianas, hacer uso de ellos.
Una joven en un país islámico se convirtió al cristianismo y decidió dejar el islam. Cuando la familia se enteró de esto, y con el apoyo de las autoridades religiosas locales, enviaron a su hija a una escuela de reeducación con la esperanza de que volviera a la fe de su familia. Cuando la joven, aún habiendo asistido al curso, no quiso rechazar a su fe, sus padres la forzaron a casarse con un hombre musulmán. Él probablemente sabría que hacer con ella. En este matrimonio forzado ella fue abusada, maltratada física y psicológicamente y obligada abandonar su fe. Sin embargo, a pesar de todo esto, ella no cedió. Su marido se dio por vencido, la entregó de nuevo a su familia y estos la denunciaron ante las autoridades. Desamparada, rechazada, humillada y rota, esta joven fue sentenciada a muerte y ejecutada por su fe.
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