Incluso en las novelas o en el teatro del absurdo, el autor se obliga a persistir, en su obra, en la lógica del absurdo, dice Castilla del Pino. Sólo así una obra, la que quiera que sea, aparece ante el lector como creíble, con la realidad suficiente (la que presta la sujeción a las leyes lógicas que le impone la figura creada). Y si no es así, entonces la obra aparece como forzada y artificiosa, y sabido es que nada facilita más el abandono de una novela de nuestras manos, no el que no sea realista, sino el que no sea lógica.
Realidad, dice Torrente, es todo lo que existe, este hombre, este río, la Revolución Francesa, el logaritmo de pi, una metáfora, una utopía, a condición de que cada uno de ellos sea colocado en la esfera que le corresponde. Hay que señalar la coincidencia de esta tesis de Torrente con la que mantienen los filósofos analíticos (Strawson, Waismann, Russell, Quine), los psicoanalistas (los cuales se ven obligados a operar con lo que el paciente se figuró, se imaginó, no con lo que fue objetivamente). Pero hay que subrayar, dirá Castilla del Pino, que el que no hay más leyes que las de lo real, y que sería contradictorio admitir que tales leyes existen para determinadas esferas, las de la realidad empírica, objetiva, y no para otras, las de la realidad que denominamos imaginación.
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