El presidente Obama se dedicó a hacer la guerra, pero la hacía de un modo distinto al de los dos Bush, padre e hijo, sin desplazar grandes cantidades de soldados americanos a escenarios remotos. La nueva fórmula consistió en combinar la actuación rápida de cuerpos de operaciones especiales que actúan desde bases dispersas por todo el mundo, con el uso de tropas locales entrenadas por instructores norteamericanos y con el empleo de formas diversas de actividad clandestina, como los ataques aéreos efectuados mediante drones, sin abandonar la práctica habitual de los bombardeos de saturación (carpet bombing). Los drones fueron “el arma preferida del presidente, usados para perseguir y matar a quienes la administración consideró, en procesos secretos, sin acusación ni juicio, dignos de ejecución”, de acuerdo con dos variantes: individually targeted, cuando se dirigían contra un enemigo identificado, o signature strikes, cuando se atacaba a individuos no identificados por parecer combatientes.
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