Francisco de Sales. |
Ernest Robert Curtius, en su obra Edad Media europea y literatura latina, dice que a Francisco de Sales, habría que nombrarlo también patrono de los humoristas, además de ser patrono de los periodistas y de los escritores. Francisco de Sales, cuando vivía en Ginebra, en la triste ciudad de Ginebra, envuelta en niebla de la tristeza calvinista, de donde era obispo, andaba siempre con un libro de chistes y anécdotas en el bolsillo. El obispo aseguraba que era mucho más fácil que alcanzase la perfección un espíritu alegre que un espíritu melancólico. Los hugonotes y jansenistas prohibían la sonrisa, porque no encontraban en los Evangelios noticia alguna de que el dulce y amado Jesús hubiese sonreído. Bastaba imaginárselo, cuando se le acercaban los niños, por ejemplo.
Francisco escribía muy bien, claro, breve, humilde. Sabía que la verdad es siempre pequeña, una lucecilla. Y sus Sermones se leen como quien bebe agua, porque el Santo sabía la sed del hombre.
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