Cristobal Montes. |
Nuestro mundo no es el mundo grecorromano, ni tampoco el de la Edad Media, del floreciente Renacimiento, del racionalismo de la Ilustración, del Romanticismo o de la euforia modernista-progresista, sino un mundo que, junto a niveles científico-tecnológicos nunca antes alcanzados y grado de bienestar material en Occidente impensable en otras épocas, se ha estancado en lo metafísico, no ha avanzado tampoco, incluso ha retrocedido, en sus cánones éticos y morales, ha transgredido y continúa transgrediendo ese acervo de boni mores tan trabajosamente construido, se halla prisionero de sus propios logros y conspira peligrosamente contra todo lo que ha contribuido a su propia elevación y progreso, escribe el profesor Cristobal Montes.
Añade que “el hombre y la mujer adultos occidentales cuando miran dentro de sí, ciertamente pueden extasiarse al contemplar la inmensidad de los logros culturales, morales y espirituales que albergan, hasta el punto de que bien ordenados esos bienes, estando dispuestos a seguir sus mandatos y proclives a utilizarlos en plenitud, la vida contemporánea podría ser más feliz, realizada y prometedora que en momento anterior alguno. Y, sin embargo, no es así, ni siquiera por aproximación. En pocos momentos de su ya bimilenaria historia el hombre occidental se ha hallado más confundido, más perdido y más perplejo. Lo tiene todo o casi todo, pero en permanente peligro e inseguridad; conoce más que nunca, mas ese conocimiento
no le procura felicidad; sabe que posee uno de los códigos éticos, el judeo-cristiano, más acabado y perfectivo que pueblo alguno haya tenido, pero no acierta, no sabe o carece del valor y la entrega precisos para aplicarlo; ha padecido, como ningún otro grupo humano, los horrores de las revoluciones desaforadas, de las guerras aniquiladoras y de las más tenebrosas y sangrientas ideologías, pero no ha aprendido lo suficiente y, sobre todo, no se ha hecho el propósito firme de nunca más caer en tan aterradoras tentaciones; y, en particular, a pesar de haber alcanzado la forma de gobierno óptima de la democracia y de formalmente identificarse con sus valores de tolerancia, respecto al adversario, gobierno limitado, alternancia en el poder y defensa de las minorías, constantemente afloran entre nosotros rasgos contrarios, peligrosas tentaciones y muestras preocupantes de que nuestra pátina político-cultural democrática, que ciertamente ha impedido, como señala Keane, la guerra entre democracias durante dos siglos, no está asegurada ad aeternum, no es absolutamente firme, y no deja de presentar signos preocupantes de disolución, retroceso y abandono, confirmando, una vez más, la sabiduría clásica del corruptio optima pessima y la percepción histórica de que lo que, en el mundo del espíritu, se ha alcanzado a través del tiempo, en otro tiempo puede perderse, como lo acredita ad nauseam la defección de modo de vida clásico grecorromano o la aparición hace poco más de medio siglo de los horrores del nazismo y del comunismo”.
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