Acabar con el dominio de ISIS y pacificar Siria no resuelve el problema del terrorismo. El retroceso del Estado islámico puede liquidar su asentamiento territorial en Irak y en Siria, aunque se proponen seguir resistiendo desde el desierto, si pierden las ciudades, pero esto es algo para lo que los islamistas parecen estarse preparando, puesto que sus planes de futuro se basan en la expansión de la “guerra de civilizaciones” al mundo entero, para lo cual cuentan ya con miles de partidarios distribuidos desde Nigeria a Bangladesh, y con células ocultas en América y en Europa, donde viven unos veinte millones de musulmanes.
Cuenta el profesor Fontana que ISIS se ha extendido sus actuaciones a Pakistán, Afganistán, Libia, Indonesia y Bangladesh, convirtiéndose en un foco de atracción de jóvenes, tanto musulmanes de origen como conversos, que acudieron a sumarse a esta revuelta antioccidental y anticapitalista, como alternativa a una sociedad que les margina y no les ofrece esperanza alguna para el futuro. Desde 2011 miles de jóvenes se integran en sus filas, atraídos por la fascinación que ejerce una revolución, asociada a un estilo de vida igualitario. ISIS cumple además la función de crear un lazo de unión entre los diversos grupos del islamismo radical, desde Marruecos a Filipinas, así como con los terroristas que actúan en escenarios europeos y norteamericanos. La bandera negra de ISIS
contribuye a crear un sentido global de participación en una guerra santa contra los ejércitos de “Roma” que, según las profecías apocalípticas del islam, debe finalizar en una batalla en los campos de Siria, precediendo a la llegada del Mahdi, al que acompañará Jesucristo para destruir el cristianismo y proclamar que sólo el islam es verdadero (más de la mitad de los musulmanes del mundo parecen creer que la llegada del Mahdi es inminente).
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