Un papa que llegó de un país comunista ha sido uno de los artífices de la crisis y del declive del comunismo, con su apoyo decidido a la creación del sindicato polaco Solidaridad y con su respaldo a los derechos de los ciudadanos sistemáticamente conculcados por las democracias populares. Según el intelectual italiano Carlo Bo, no ha sido el comunismo el que ha sido derrotado, sino la idea de que el hombre pueda vivir sin religión, sin una participación de orden espiritual. El apoyo decidido del papa al sindicato Solidaridad desencadenó un movimiento imparable que fue infiltrándose en algunos de los países vecinos. En Lituania, donde la identidad religiosa se funde con la étnico-nacional, la independencia del yugo soviético adquirió claramente tintes eclesiales. Otro tanto fue sucediendo en otras regiones europeas. La religión, que parecía encontrarse en estado terminal, volvió a configurar la personalidad y los anhelos de
unos pueblos que fueron descubriendo el significado de la libertad. Los discursos del papa durante sus diversos viajes a estos países pusieron el acento en esa palabra que durante decenios había sido pronunciada en voz baja. El concepto de libertad, enraizado tanto en el derecho natural como en la concepción cristiana del hombre, ha sido repetido por el papa mil veces como profesión de fe en el hombre y en su dignidad.
No olvidemos el grito lanzado por Juan Pablo II en su primer viaje como papa a su propio país: “Nadie tiene el derecho de expulsar a Cristo de la historia”.
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