Al observar las campañas políticas vemos que Dionisio el dios del teatro, las fiestas, excesos y emociones ha vuelto entre nosotros. El cuerpo doctrinal sólo se murmura en voz baja. Lo único que importa es la excitación no racional propia de los mítines y diversas galas “a la americana”, donde reina la histeria. Y, en todos los campos, es significativo ver cómo los políticos más teóricos se eclipsan ante los bufones del estrado. En efecto, incluso la seriedad política ha perdido su armazón racional, para dejar paso a la expresión de las pasiones colectivas en que la música, los gritos, las escenificaciones y las invectivas prevalecen con mucho sobre la exposición ordenada de una argumentada demostración. Al acentuar el factor emocional, la política posmoderna se ha vuelto dionisiaca.
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